Quien esté exento de errores, mejor no tome decisiones de inversión

Entre las múltiples decisiones que una persona debe tomar, se presume que las decisiones de inversión están entre aquellas que deberían ser más “racionales”. Esta creencia puede estar sostenida por distintos factores: por su relevancia, ya que impactan fuertemente en el bienestar futuro; y porque son decisiones sobre “dinero”, lo que pareciera hacerlas más cuantificables y estructuradas.

Cuando se trata de las decisiones de financieras de una empresa este supuesto de racionalidad se impone con mayor fuerza, ya que supone que existen metodologías y procesos para adoptar estas decisiones. Seguramente rápido podemos ponernos de acuerdo en que “deberían” ser racionales, pero más allá de nuestra pretensión o requisito, vale hacerse una pregunta: ¿son las decisiones de inversión siempre racionales? 

Hace varios años se viene estudiando desde distintas áreas como la Economía del Comportamiento, las Neurociencias y la Teoría de la Decisión, cómo solemos tomar decisiones las personas reales en situaciones reales. Se han hecho numerosos descubrimientos sobre algunos errores sistemáticos que cometemos al decidir y de los cuales no están exentas las decisiones de inversión. La manera en que nuestro cerebro funciona involucrando la emoción y tendiendo siempre a la estabilidad y a la simpleza, hace que caigamos a veces en trampas que los investigadores han denominado sesgos cognitivos. Vamos a repasar brevemente sólo algunos de los más representativos.

Confío en mis estimaciones (a veces, demasiado)

Los inversores suelen asumir que saben más de lo que realmente saben. A pesar de estar continuamente estimando pronósticos sobre variables inciertas, por ejemplo, el precio del dólar en el próximo año, los rangos de valores posibles a futuro en los que basan sus inversiones suelen ser demasiado estrechos cayendo en un “exceso de confianza” que los lleva luego a encontrarse con sorpresas que a veces no son del todo agradables.

Una de las características principales de los inversionistas que tienen exceso de confianza es que suelen negociar acciones con mayor frecuencia que el resto de los inversionistas puesto que consideran que sus habilidades les permitirán ganarle al mercado. Sin embargo, en un estudio que analizó las cuentas individuales de varias decenas de miles de inversores individuales, O’Dean y Barber (1998) encontraron que el 20% de inversores que realizó más cantidad de transacciones entre 1991 y 1996 obtuvo un rendimiento anual de 6.6% mientras que el resto de los inversores de la muestra lograron en promedio un 17.7% anual.

Si no cambio no me arrepiento tanto

El Sr. Carlos tiene acciones en la compañía A. Durante el último año consideró la posibilidad de cambiar por acciones de la compañía B, pero finalmente desistió de su idea.

Ahora descubre que habría obtenido mejores resultados (+ $20.000) si se hubiera cambiado a la compañía B. El Sr. Jorge tenía acciones de la compañía B. El año pasado decidió cambiar por acciones de la compañía A. Ahora descubre que de no haberse cambiado habría obtenido mejores resultados (+ $20.000). ¿Quién se siente peor? Casi todos concuerdan que el Sr. Jorge probablemente se sienta peor que el Sr. Carlos, si bien en términos económicos los resultados son iguales (ambos podrían haber ganado + $20.000.- si hubieran elegido otra alternativa). El arrepentimiento por comisión suele ser mucho más fuerte que el arrepentimiento por omisión, esto hace que exista en los inversores una tendencia a ponderar positivamente la alternativa de status-quo (dejar la inversión tal como está) sólo por su condición de tal y así les cueste más tomar cambios de posición.

Si lo pagué, lo quiero devuelta

La teoría dice que un inversor racional no debería tener en cuenta los “costos hundidos” (aquellos que son irrecuperables) al tomar una decisión.

Reconocer algunas situaciones en las cuales existen posibilidades de estar cayendo en estos errores y así establecer alertas nos permitirá evitarlos en el futuro.

Sin embargo, es muy habitual encontrar que si una persona compró una acción a 10 y la misma bajó a una cotización de 6, la persona tienda a querer esperar a que vuelva al menos a 10 para venderla y así “recuperar su inversión”, sin ni siquiera evaluar cuáles son las perspectivas a futuro de la acción en cuestión. Tal vez la decisión de vender a 6 hoy es la mejor que pueda tomar si cree que esa acción seguirá cayendo, pero parece que aquellos 10 que pagó no llegaron a hundirse del todo en la mente del inversor. Recuerde este sesgo la próxima vez que vaya a un restaurante muy caro a cenar y se encuentre que sigue comiendo el plato aunque no le haya gustado sólo por el alto precio del mismo.

Las partidas presupuestarias de la mente

La teoría financiera sugiere que los inversores toman sus decisiones basados en el impacto que éstas tienen sobre su portafolio total. Sin embargo parece que muchos inversores dividen su patrimonio en distintas cuentas como si tuvieran una especie de “contabilidad mental” y toman sus decisiones a partir del significado que le dan a cada cuenta, por ende son más propensos o más reacios a realizar inversiones dependiendo de la cuenta de la que salgan los fondos.

El objetivo de este repaso es reconocer algunas situaciones en las cuales existen posibilidades de estar cayendo en estos errores y así establecer alertas que nos permitan evitarlos. Tal vez su próxima pérdida financiera se deba exclusivamente a factores imponderables, pero reconocer la posibilidad de cometer estos errores quizás le brinde menos espacio a la “mala fortuna” para convertirse en una “buena fortuna”.

Federico Esseiva
Socio de Tandem
fe@tandemsd.com

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